lunes, 28 de mayo de 2007

METRO DE VALENCIA


Se acerca el aniversario del accidente de la línea 1 del metro de Valencia, y resulta lamentable constatar el cinismo, la hipocresía y la inmadurez democrática con que se está comportando la clase política valenciana, sobre todo aquellos que tenían en sus manos haber evitado que se produjera («sembraron la tierra de corrupción, y lo llamaron prosperidad»). De la justicia, para qué hablar, se asume la brecha existente entre ésta y la ciudadanía... Y la ciudadanía misma, deslumbrada por signos de una riqueza a la que ni accede, ni accederá, elude su responsabilidad cuando más muestras de ella debe dar.

Se me ponen los pelos como escarpias sólo de pensar que con un 0,02 % del dinero gastado hasta el momento en el glamuroso Palau de les Arts (me resulta del todo imposible acudir a cualquiera de los eventos a celebrar en esta pirámide) se podían haber instalado unas simples balizas de seguridad a lo largo de la línea de metro cuyo índice de incidencias es el más alto de todas las existentes en el mundo. El precio de cada una de las balizas oscila entre los 3000 y los 3500 euros. De haber contado con este simple a la par que efectivo sistema de prevención (con el que sí contaban y cuentan las demás líneas), podría haberse evitado la muerte de 43 personas, casi todas ellas de clase trabajadora o estudiantes. El accidente es el tercero más grave del mundo, desde que comenzó a funcionar el primer suburbano. Pese a todo, la línea uno del metro de Valencia sigue funcionando tal y como lo hace desde el año 1988. Perdón, igual no, desde el día 3 de julio del pasado año, con la sangre de 43 personas sobre los raíles por los que circula.

En fin, no sé...

jueves, 24 de mayo de 2007

BLOQUEOS


Me quedo en blanco.
Sí.
Creo que tengo una buena historia. La tengo rondando tanto tiempo, incluso años. Empiezo. Y todo es engañosamente fácil y altamente poético. Me gusta lo que he escrito. Me gusto como soy cuando escribo, quien soy cuando escribo así de bien, parece que lo ha escrito otra persona, otra yo, esa en quien suelo creer a pesar de las miradas reticentes de los otros, y a pesar de mis propias reticencias. Y me doy cuenta de que he llegado en veinte folios al final de una primera parte, y yo sé lo que viene a continuación. Pero tiene que estar a la altura de lo que he escrito, y ser verosímil y coherente con los personajes que se me han ido escapando de las manos.
Pasan los días y lo único que aumenta es mi papelera mal llamada de reciclaje, porque nada de lo que cae podrá ser jamás reutilizado.
Y es entonces cuando empiezo a mirarme en el espejo como a una impostora de mí misma.

viernes, 18 de mayo de 2007

Retrato de una obsesión


¿Quién se atreve a definir el término "normal"? Si resistimos a la tentación de echar mano al correspondiente diccionario descriptivo, y como muy bien pudo apreciarse, por ejemplo, en el programa de TVE "Tengo una pregunta para usted, Sr. Rajoy", no hay Dios que se atreva a atar esta mosca por el rabo; obviamente, sólo desde el punto de vista del arte, en cualquiera de sus manifestaciones, podemos encontrarnos con personas, con artistas, que han tratado de hacer algo diametralmente opuesto, procurando escapar activamente de la normalidad, con resultados subjetivos e , incluso en algunos casos, considerablemente opacos. Quizá sea desde aquí desde donde debamos partir, si pretendemos plantear una correcta relación significado/significante.

Y ésta es la impresión con la que me quedé, una vez hube terminado de ver la película "Retrato de una obsesión". Con notas de seda y terciopelo amalgamadas en una suntuosa banda sonora (Carter Burwell), al servicio de una fotografía impecable (Bill Pope) y una realización exquisita, uno no puede por menos que admitir lo tremendamente injusto del sentido dado al término monstruo o, si más apetece, bestia, ambos dos tomados como metáforas de la anormalidad. Baste, para corroborar esto, no olvidar a las personas a las que acude a fotografiar la protagonista, Diane (Nicole Kidman), las cuales residen en una villa o mansión. Forman una organizada comuna, cuya regla máxima y principal es la escasa permisividad en lo que al vestir se refiere (eso que tan comúnmente sucede fuera de ella); si con algo deben cumplir indefectiblemente, es con la constante desnudez de sus cuerpos, admitiendo, únicamente, el uso de calcetines. Es así que, con su nudismo militante, cada uno de ell@s muestra, sin ambages, su ser exterior, exhibiéndose como verdaderos animales amorfos, cuya capa externa es una ingente masa de piel. Tod@s se ven abocad@s a la contemplación tanto propia como ajena, empero siempre dirigida al interior, con lo que renuncian al empleo de incómodos disfraces, usados según convenga. Es decir, se dirigen a la normalidad desde una aplastante anomalidad. Con esta opción beligerante se constituyen de forma voluntaria en una particular parada de monstruos. En contraposición, un puñado de personajes del film, encabezados por el hirsuto Lionel (Robert Downey Jr.), se ven sometidos al desprecio, y arrastrados a una inofensiva clandestinidad. Su capacidad de "socialización", por otro lado, comienza a desarrollarse en el momento que acuden a la fiesta convocada por una Diane más interesada en adentrase en su mundo que a la inversa.

¿Dónde radica la diferencia entre estas extrañas personas y los excéntricos nudistas, amén de los miembros de la rimbombante familia política de Diane? ¿Posiblemente en la no ejecución universal del derecho a la libertad de elección, apoyándose, sobre todo, aunque no exclusivamente, en la exigencia mutua del respeto debido al individuo?

En fin, no sé...

M.A. y su "supermega aeronave"


M.A. es único e irrepetible..., perfectamente, cuando llegas a casa, te recibe con un avión hecho con uno de los lados de lo que, sin duda, se constituía en una voluminosa caja de cartón, preguntándose, preguntándome, preguntándonos, porqué demonios tan ingenioso artilugio, por muchas veces que lo haya intentado (a buen seguro, conociéndole como se le conoce, no deben haber sido pocas), no ha tenido a bien cumplir con el objetivo para el que fue creado, o sea, planear cándidamente por el tranquilo e inusitado cielo doméstico en que se había convertido el pasillo del piso.

La sonrisa con la que, por otro lado, acostumbra a darme la bienvenida, en esta ocasión, además, avión en ristre, desarma al más pintado.

- Mira, hijo, el cartón, como otras muchas cosas, ya no es lo que era.